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Tenía yo un poco más de 20 años cuando comencé a leer las publicaciones de un escritor conocido como Lobsang Rampa. En sus libros se narraban las vivencias de un monje tibetano que a temprana edad ingresó a un monasterio y luego de algunos años como aprendiz de metafísica, anduvo recorriendo el mundo.

En uno de sus libros se afirmaba que el ser humano no era originario del planeta Tierra, sino que seres de otros mundos habían sembrado varias razas diferentes en el globo terráqueo. Era La Tierra como una especie de jardín donde aquellos seres altamente evolucionados  trasplantaron  especímenes de gentes negras en un área escogida a propósito, gentes blancas en otra área distinta, y  finalmente en otra área, hoy conocida como Asia, gentes diferentes de las dos primeras. La raza negra fue sembrada en el continente africano, y la blanca en Europa.

 Deduzco que para el escritor, América era territorio accesible desde Asia y poco conocido.

El asunto es que como para este tiempo estaba yo hambriento de conocimiento metafísico, devoraba los escritos de este autor. Y esta explicación del origen de la raza humana encajaba bien en el hecho de que cada raza, durante algún tiempo, se desarrollara y multiplicara sin contacto de las otras, gracias a la amplitud de los territorios en que estaba cada una, y gracias a los obstáculos naturales, como lo fueron en su momento los mares, las montañas, y los diferentes climas.

Estas narraciones las masticaba y digería sin comentarlas con nadie, pues mi estilo de vida y trabajo no me dejaban suficiente tiempo para socializar, además que para ese tiempo, estos temas no eran populares, y podían ocasionar que te vieran como chiflado.

El caso es que para el amanecer de un día domingo soñé que me despertaba y veía al pié de mi cama a tres hombres de edad madura y tez blanca, vestidos con exquisitas túnicas blancas adornadas con sutiles líneas azules.  Asumí que venían de otro plano. Aunque desde mi posición no podía ver sus pies tuve la impresión de que no tocaban el piso, sino que más bien parecían flotar a unos centímetros de él.

Antes de que pudiera preguntar quiénes eran y qué querían, me conminaron a que abandonara mi interés sobre la tesis del origen extraterrestre del ser humano. Sin dar oportunidad a que expresara mi desacuerdo, parecía que veían mis pensamientos, me aplicaron una especie de insufrible electrocución varias veces. Me di cuenta que si lograba salir del sueño rompía la conexión con ellos y quedaba fuera de su alcance, pero en represalia me electrocutaron otras veces. Sin embargo logré abrir los ojos y aunque no podía moverme ni despertar del todo, logré mantenerlos abiertos a pesar de los esfuerzos que ellos hacían para cerrármelos. Después de angustiantes momentos me aventuré a cerrarlos y ahí estaban los personajes. Al percatarse que había vuelto intentaron dominarme de nuevo, pero mis párpados fueron más rápidos que ellos. No volví a cerrarlos y minutos después pude recuperar dominio de mi cuerpo y salí de la cama. La luz de las 7 de la mañana ya entraba por mi ventana iluminando mi cuarto claramente.

Nunca más tuve ningún contacto con estos personajes ni supe de ellos. Tampoco entendí su interés ni empeño en que abandonara mi aceptación sobre esa teoría. Lo que sí es cierto es que, no encontrando ningún beneficio en seguir cultivando ese tema, dejé de leer a Lobsang Rampa.

 

Seu

San Diego, Viernes 8 de septiembre de 2023.

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