Fiesta
en el bosque
Había
pasado bastante tiempo desde la última vez que estuve en el bosque. Estaba
terminando el verano y los días ya no estaban tan calentitos, así que en la
tarde decidí dar un paseo por ese caminito lleno de magia, donde frecuentemente
disfrutaba de ver pajaritos de encendidos colores. Algunos árboles tenían sus
ramas ya desnudas, y sus hojas estaban esparcidas por el suelo, pintándolo de variados
tonos de amarillo y de rojo. De pronto, un cúmulo de hojas se elevó en el aire
haciendo un alegre remolino de colores y destellos de luz. Eran dos conejos
blancos que jugaban a que no me alcanzas. En sus locas carreras y arrancadas, alborotaban las hojas amontonadas creando un ambiente de fiesta. Contagiado de
alegría me uní a las carreras y entonces éramos tres recibiendo un baño de
hojas lanzadas al aire por mis manos, solo por el placer de ver el efecto que
producían los rayos de sol al atravesar las hojas que danzaban mientras caían.
Se despertó el bosque, y las aves cantaban y volaban de rama en rama. Fue tanto
el barullo que una lechuza, que dormía dentro de un tronco seco, se asomó y con sus grandes ojos intentaba encontrar
a quienes habían interrumpido su siesta. Entonces me detuve, junté mis manos
frente a mi boca, como para rezar, y dije, perdón señora lechuza, no fue mi
intención despertarla. La magnífica ave cerró sus ojos lentamente, como
aceptando mis disculpas, cuando inesperadamente, ¡zuácata!, el conejo más
blanco se estrelló contra mis botas en su loca carrera y quedó atontado.
Inmediatamente me agaché y lo levanté para ver si se había hecho daño. Nada,
simplemente estaba cansado. El conejo……, bueno, yo también. Sentí que su
corazón palpitaba muy rápido y él se quedó quietecito. Entonces me senté en la
orilla del camino y lo abracé, manteniéndolo lejos de mis ojos para que no me
diera alergia. Mientras tanto, el otro conejo se mantenía a distancia, observando. El orejudo amigo estaba tan cansado que por un momento se dejó acariciar la cabeza y
las orejas, toqué su patas y sus uñas, y lo retuve cuando hizo intento de irse.
Suéltalo,
dijo una tierna y decidida voz. Volteé a ver quién me hablaba y delante de mis
ojos estaba ella, la más preciosa niña que nunca había yo visto. Como de 4
años, de corto cabello castaño con una media colita en el lado derecho.
¿Por
qué? Pregunté.
Porque él es del bosque, me contestó. No tuve argumentos para esa respuesta, así que……
Abrí
mis manos y el conejo de tres saltos se juntó con el otro y se fueron, ambos
muy cansados de corretear en el bosque conmigo. Gracias, me dijo la
preciosa niña. Sonrió y dos hoyuelos aparecieron en sus rosadas mejillas. Sus
ojos, más verdes que el bosque, tenían la profundidad del Universo. Vestía una franela blanca adornada con varios
corazones rojos y la imagen de Minie, y sobre su hombro una hilera de esferas
blancas y verdes sostenían una cartera, o algo así.
Cómo
te llamas, preguntó. Sorprendido, contesté lo primero que me vino a mi cabeza: El Afortunado. ¿Y tú?
Emma,
pero mi tío venezolano me llama Emma Carolina.
Sonreí y quise
decir algo, pero ella hizo un gesto como de encoger los hombros y comenzó a
caminar, regalándome otra dulce sonrisa. Convencido
estaba de haber conocido al Hada protectora del bosque, cuando una pareja joven,
acompañados de otra niña rubia, pasaron trotando en pos de Emma. Bueno, si no
era el Hada protectora del bosque, más bonita y tierna no podía ser.
FIN
Seu
San
Diego, domingo 5 de mayo de 2024.
Comentarios
Publicar un comentario