VACACIONES

 

Era una vez, en un sitio al sur de California, existía allí una pequeña granja muy bonita, propiedad de un señor hispano.  

                                                                                              Básicamente, esta granja estaba dedicada al cultivo de plantas frutales y hortalizas, pero tenía también un poco de todo, o sea, inmensos árboles, doce hectáreas dedicadas al cultivo de flores, oh, cuántas flores vivían en esa granja, de diferentes tipos y colores, algunas plantas de café venezolano, cacao, plátanos de gran tamaño y pare usted de contar. Había un pintoresco bosque de considerable tamaño, de árboles llamados Alcornoque, de los cuales se elabora el corcho, y un tanto distante, hacia el otro extremo de la finca, estaba un tupido bosque de Eucaliptos, árboles cuyo agradable aroma perfumaba la cabaña cuando la brisa del campo soplaba en esa dirección. Por supuesto que había allí muchas aves de todo tipo. Pajaritos de variadas especies vivían felices en esa granja. Siendo que el granjero era amante de todos los seres vivos, fueran plantas o animales, también habitaban la finca algunos caballos, cabras, venados, un par de perros muy amistosos, conejos, vacas, y otros animales propios de una granja.

Era época de vacaciones escolares y transcurría el mes de Agosto. El no tan viejo granjero se sentía feliz pues se le estaba cumpliendo su sueño de tener reunidos en el fundo a todos sus hijos con toditos sus nietos. Los dos hijos mayores con sus esposas e hijos viajaron desde Venezuela hasta La Florida. Allí fueron recibidos por sus otros dos hijos, una hembra y un varón que también estaban casados y con hijos. Dos días después entre todos rentaron un bus y tomaron la ruta hacia el estado de California, dispuestos a disfrutar unas estupendas vacaciones. Los niños, catorce en total, estaban eufóricos de alegría al poder compartir con aquellos primos que apenas conocían. El alboroto era tremendo dentro de aquel bus climatizado. Los niños hablaban y reían, todos al mismo tiempo. Pero eso no era todo. A la ciudad de Los Ángeles había arribado un vuelo procedente de Venezuela. En ese avión llegaron tres sobrinas muy queridas por el viejo granjero, acompañadas de sus esposos y una niña y un niño. Ya sumaban dieciséis infantes. Y por si fuera poco, también había aterrizado en el mismo aeropuerto un avión de Air France procedente de París. En él llegó una sobrina con dos pequeñines de diez y ocho años respectivamente, y un sobrino con su esposa y dos niños, hembra y varón, más o menos de la misma edad que los otros. ¡En total, la finca estaba esperando la visita de veinte niños! Todos primos y ansiosos de conocerse. Los niños que venían de Francia hablaban poco español, pero eso no iba a impedir que cordializaran y se comunicaran con sus primos. Los niños no dependen de un idioma para entenderse. A través de los juegos compartidos y el cariño entre ellos logran comunicarse perfectamente. Los viajeros que llegaron a Los Ángeles se abrazaron desbordados de alegría y, después de saludarse efusivamente, se dispusieron a tomar el transporte que los llevaría a la propiedad donde se reunirían con sus parientes. Todo era expectativa y alegría, anticipando la felicidad que les aguardaba en el encuentro con sus primos.

En la granja todo estaba listo. El abuelo había acondicionado un galpón grande convirtiéndolo en múltiples cabañas climatizadas y al centro un área común donde se reunirían todos para comer, celebrar y compartir.

Y llegaron.

Tanta alegría junta es difícil de describir. Parecía una fiesta de pueblo por la cantidad de gente. Los adultos reían y lloraban de emoción, los niños corrían por todas partes. Cuando la felicidad inunda los corazones, la sonrisa no se aparta de las caras. Todo era besos y mostrar los dientes. Bueno, algunos de los niños estaban mudando y exhibían el espacio vacío, pero todas las sonrisas eran lindas y legítimas. Afortunadamente el abuelo había previsto la circunstancia y decidió contratar un fotógrafo para la ocasión. La mayoría del personal de la finca, a petición del abuelo, había planificado sus labores para estar libre ese día y ayudar a atender a tantos invitados. Más que todo, se trataba de orientar a los visitantes hacia su hospedaje y mostrarles donde estaba cada cosa o servicio que pudieran necesitar. Al anfitrión no le seducían los protocolos complicados sino más bien el “Sírvase usted mismo”, además todos eran familia. Eso sí, ubicó estratégicamente avisos señalando donde quedaba cada cosa.

Curiosamente, los recién llegados se detenían todos a contemplar un hermoso letrero que decía BIENVENIDOS. Al pié de ese detalle el fotógrafo les tomaba la primera foto. Eran apenas algo más de cuarenta personas emparentadas entre sí, pero la actividad hacía recordar el mercado al aire libre de los domingos. La esposa del abuelo, que no aparentaba ser abuela, era la única que no tenía lazo sanguíneo con ninguno de los presentes, pero se deshacía en atenciones y cariño con los visitantes.

Esa noche se reunieron al aire libre y disfrutaron una cena estupenda en cuya elaboración todos participaron. La felicidad flotaba en el ambiente. En un derroche de organización, cada uno entregó un regalo a alguien mientras el perfume de los Eucaliptos sutilmente inundaba el ambiente. Bailaron y festejaron durante una larga fiesta de amor y alegría.

Cuando el alba comenzó a disipar la noche, los adultos varones comenzaron a despedirse para ir a reponer fuerzas.

Eran las diez de la mañana del domingo cuando los primeros adultos dejaron ver sus rostros. Las sonrisas seguían iluminando sus caras. En los fogones se estaban cociendo numerosas cachapas que serían degustadas con queso blanco artesanal y marrano frito. El olor a delicioso condumio despertó a los que aún no habían salido de sus camas y, después de desayunar, el día se aprovechó para hacer un breve recorrido por la finca.

Al final de esa noche, ya más sosegados, mientras los adultos compartían entre ellos, el abuelo se reunió con sus nietos a la luz de una fogata y comenzaron a compartir anécdotas. Cada niño contaba la suya mientras los otros escuchaban con serena atención. Entre una y otra surgían preguntas, a veces del abuelo, que quería saber todo de la vida de sus nietos. Y ellos querían saber de la vida de su abuelo. De pronto, la tranquilidad de la noche fue interrumpida por el canto vigoroso de un gallo.

El gallo cantó y cantó y cantó y cantó y siguió cantando por un rato. Cuando parecía que había cesado de cantar, comenzaba de nuevo. Y cantaba, y cantaba. Todos estaban calladitos esperando que el gallito dejara de cantar para continuar con la amena tertulia, pero cuando alguien iba a iniciar una frase, el gallo interrumpía de nuevo con renovado entusiasmo. Eso trajo sonrisas y risas.

¡Abuelo, y por qué canta el gallo?

Todos estallaron en risas. La pregunta fue formulada por uno de los nietos menores, como de cinco añitos. El pequeño se levantó y se dirigió hasta donde estaba el abuelo. Parándose frente al padre de su padre esperó una respuesta. La dulce compañera del abuelo, que estaba recostada de aquél granjero, le susurró al oído: contéstale su pregunta. Yo también quiero saber.

Por qué canta el gallo, enunció el abuelo, dándose tiempo a que llegara la inspiración para contestar satisfactoriamente. En eso el gallito batió sus alas como dándose golpes en el pecho, flap, flap, flap, flap, flap, flap. El abuelo tenía predilección por ese gallito que acompañado de una gallinita un día había aterrizado en su patio. Era de raza menuda, pero muy vistoso y ágil. A diferencia de otros gallos de mayor tamaño, este solía alzar vuelo para trepar en sitios altos. No era considerado como animal de la finca, sino como un visitante que vino buscando un hogar y que podía marcharse cuando quisiera. Sin embargo, se había adaptado a la familia y procreado varios pollitos, de uno en uno.

Se oyó un carraspeo de garganta y el abuelo comenzó diciendo: Bueno, hubo un tiempo en que las aves eran todas silvestres y todos los animales vivían en libertad. Entonces…

El niño se deslizó entre las piernas del abuelo como para escuchar la respuesta con más comodidad y…..

Como si hubieran anunciado que iba a comenzar la película, todos los nietos, aún los mayores de catorce años, se acomodaron en sus asientos anticipando que estaban por escuchar una importante narración. Algunos se acercaron más, para escuchar sin perder detalle y el gallito dejó escuchar un gorjeo como diciendo que también estaba atento para escuchar. La mujer del granjero también se acomodó mejor en la arena y posó su vista sobre cada uno de los veinte rostros que conformaban aquella tierna audiencia, aquellas caras hermosas que iluminadas por la parpadeante luz de la fogata eran una escena única. Inundada de felicidad, la fémina invitó a la niña más pequeña a sentarse en su regazo y abrazándola, con brillo en sus ojos, dirigió su rostro sonriente hacia el narrador.

Especialmente en primavera, continuó el abuelo, el bosque era un derroche de colores y cantos.

Un día, entre las aves hembras surgió la interrogante de cuál de todos los ejemplares machos era el más hermoso. Algunas opinaban que el ave más hermosa era el Tucán porque tenía un colorido exquisito. Otras opinaban que no, que más bonito era el Guacamayo por sus colores brillantes. Había quien decía que prefería al Cisne por la elegancia de su desplazamiento sobre el agua, y otros que mejor era el Águila por su majestuoso vuelo. Lo cierto es que no se ponían de acuerdo.

Viendo esta situación de vanidad que podía convertirse en un conflicto las Hadas de la Naturaleza decidieron intervenir. Reunieron a las aves que estaban en desacuerdo y les propusieron que organizaran un desfile delante de un jurado imparcial escogido por ellas mismas. El ave ganadora reinaría para siempre sobre todas las aves.

Comenzaron los preparativos y fueron postulados los candidatos al título de El Ave Más Hermosa. Pero había una falla. Los jueces escogidos eran todas gallinas.

El gallo se sentía ganador pues, siendo como era un magnífico ejemplar, todas las gallinas votarían por él. Ya hacía planes para cuando fuera elegido como rey de todas las aves. Y llegó el día del concurso………

Desfilaron todas las aves y el gallo fue muy aplaudido por los jueces. Mientras las gallinas se ponían de acuerdo en la votación, corría el rumor de que el gallo era el seguro ganador por su valentía, por su vistosidad, por sus espuelas, por su capacidad para atender varias gallinas y otras virtudes. En eso llegaron las Hadas de la Naturaleza y al ver que el jurado no era imparcial suspendieron el concurso, estableciéndose que cada ave macho es el rey de las hembras de su especie.

Viendo las Hadas que el gallo no salía de su tristeza por no haber terminado el concurso, le concedieron el recurso de expresar su inconformidad a través de su canto todas las veces que quisiera, con la promesa de que si alguna vez alguien entendía lo que él expresaba, entonces sería reconocido como el Rey de las Aves.

Es por eso que el gallo canta tantas veces de día y de noche, buscando expresar su inconformidad. Pero nadie entiende lo que dice.

Colorín colorado, este cuento ha terminado.

Miguelángel, que como todos sus primos era muy inteligente y había simpatizado con el gallito de su abuelo, dijo: Abuelo, quiere decir que entonces el gallito nunca será el Rey de las Aves ¿?

Sonriendo y pleno de felicidad por la presencia de sus nietos, el abuelo contestó: Hasta que alguien entienda que dice, enfatizaron las Hadas.

Hubo un silencio momentáneo….

¡Vamos a averiguarlo! Exclamó Samuel. Transcurrieron las horas entre cuentos y más cuentos, y finalmente el sueño fue llevando a todos a sus camas.

La mañana del día siguiente, como a las diez, estaba el abuelo en el campo recogiendo unas flores para adornar las mesas de sus visitantes, cuando percibió el alborozo de sus nietos que plenos de alegría corrían hacia él gritando ¡Abuelo, ya sabemos que dice el gallito! ¡Ya sabemos que dice!

El hombre dejó que llegaran frente a él y cuando creyó que habían recuperado el aliento, con una sonrisa de condescendencia y complicidad, les preguntó:

¿Y qué es lo que dice?

¡Quée corajeee!, ¡Quée corajeee!

Los niños gritaban entusiasmados y se reían,

¡Quée corajeee!, ¡Quée corajeee!

FIN

Seu.

Valencia 23 de Febrero de 2015

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