QUIMICA
La síntesis
es que Luis está enamorado de Juana, pero no sabe si ella siente lo mismo. Su
vida transcurre aseando los baños en un restaurante, lavando los platos en la
cocina y atendiendo la máquina del café. En la tardecita se va con prisas pues
estudia de noche con la ilusión de alcanzar una vida mejor. Con su salario
apenas puede pagar el cuartito donde vive y sobrevivir, pero la comida es
gratis, excepto el domingo que es su día libre y lo ocupa en limpiar y ordenar
su hábitat.
Juana vive
en otra ciudad y cultivan su amistad a través de cartas por correo ordinario,
pues todavía no se ha inventado Internet. En sus conversaciones epistolares
tratan temas cotidianos de sus vidas, se cuentan sus gustos y coincidencias y
Luis sutilmente desliza alguna insinuación de su enamoramiento por Juana. En
ocasiones ella lo toma como un cumplido y le da las gracias y otras veces lo
maneja como parte del tema que conversan. En ese ir y venir de cartas Luis no
encuentra ninguna señal que confirme que Juana corresponde a sus sentimientos y
comienza a sufrir los efectos de la incertidumbre. Todo parece indicar que
Juana no me quiere, tal vez suspira por otro.
Todos esos
pensamientos producían un cambio en el equilibrio químico de Luis
desencadenando aceleración de sus latidos, arritmias, mareos, tristezas,
pérdida de entusiasmo, y momentos de desespero. La jornada de trabajo se le
hacia sombría e interminable. Al final de la tarde, cuando realizaba la última
tarea de su turno, que era depositar la basura en los contenedores del
callejón, emprendía la huida hacia la universidad como alejándose de su mala
suerte. Lo sostenía la esperanza de terminar sus estudios para alcanzar una
vida lejos de los fregaderos.
Asì las
cosas, decidió enfrentar la realidad y declarar abiertamente su amor a Juana.
Dos días después de haber enviado la carta donde confesaba sus sentimientos, se
sentía peor que antes. La respuesta de Juana diciéndole que solamente lo veìa
como un amigo era ya un cuchillo clavado en su corazón. En la mirada de los
demás adivinaba lástima hacia él y esto lo llenaba de vergüenza. Sus
movimientos torpes en la cocina ya lo habían hecho acreedor a varias llamadas
de atención.
Y llegó la
carta esperada un viernes a media mañana, pero Luis no tuvo valor para abrirla.
Temía la negativa de Juana y la vergüenza de que vieran sus lágrimas. Después
de contemplar el sobre durante un instante, decidió depositarlo dentro de uno
de sus libros. Allí permaneció la carta hasta el domingo en la mañana cuando
Luis consiguió valor para hacerse cargo de su realidad.
Los vecinos
de su cuartucho se miraban con la interrogación en sus caras al no comprender
la alegría del bachiller. Cantaba a gañote abierto mientras limpiaba
enérgicamente moviendo el catre y el escaparate. Leo Dan y Los Ángeles Negros
con “nunca nunca vida mía pienses eso, que mi amor por ti de pronto ha
terminado, se podrá acabar el mundo, mas lo nuestro, seguirá, su rumbo ya
trazado”, eran la orden del día.
El lunes en
la mañana el restaurante era el mismo, el dueño y los mesoneros eran los mismos,
las cocineras eran las mismas, las rumas de platos para lavar eran igual de
altas, pero Luis Alfredo se sentía el Rey del mundo, cantaba, silbaba, y le
parecía que la vida era hermosa. Bastò que Juana le dijera que lo amaba para
que la química de su cuerpo cambiara al recibir un torrente de serotonina.
Seu
San Diego, lunes
14 de octubre de 2024.
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