Novia del Mar


I

 

Era miércoles en la tarde.                                                            El sol ya estaba tibio y yo sentado en la arena miraba al frente mientras el agua tímidamente me mojaba los pies. Concentrado en ver como las pequeñas olas se enroscaban sobre sí mismas, volviéndose espumas, vagaba con mi pensamiento, sin quedarme fijo en nada. El tranquilizante susurro del viento fue alterado por el sonido de un chapoteo y levanté la vista, a tiempo para ver lo que me pareció una cola de pez grande sumergiéndose.                                         Nada.                                                                                           Solo espumas sobre la azul superficie.                                         Sentí aquella vieja sensación de temor y respeto al mar en soledad. La tranquilidad del agua era hipnotizante y me perdí en el tiempo tratando de llegar con la vista al lugar donde creí ver la aleta. Entonces….                                                                                   ¡Holaaa…!                                                                                  Bastante a la izquierda de donde asumí el chapoteo, y más cerca de la orilla, distinguí un rostro muy femenino y una manita que saludaba.                                                                                   Hola, dije sorprendido.                                                                     ¿Hay alguien más ahí? Preguntó.                                                                No…….                                                                                           Sentí que contesté como saliendo del sueño.                        Sin dejar de sonreír comenzó a salir del agua como quien sale de una bañera.                                                                          Era alta, de cuerpo espectacular. De pronto me percaté que estaba completamente desnuda. Lucía cabello negro de española y ojos libaneses. El agua que escurría piel abajo enviaba hermosos destellos luminosos desde su color bronceado. Me pareció ver que su vulva abrió ligeramente los labios como para decir algo, pero quizás fue también reflejo del sol. Al instante me ruboricé pensando que ella adivinaba mis pensamientos y miré su cara. Caminaba concentrada en exprimir su cabellera y con un elegante movimiento de su cabeza la batió hacia su espalda dejando sus preciosos pechos al descubierto. Pasó frente a mí y se sentó a mi derecha, como si me conociera. Tengo hambre, dijo, de manera natural, y su sonrisa me dejó ver dientes grandes y hermosos. Era dientona y de labios carnosos. Fijó en mí su mirada, como esperando respuesta, y me perdí en el perfecto verde oliva de sus ojos. Eran grandes y rayados, con largas pestañas negras. Una gota que escurría de su cabello tropezó con su poblada ceja izquierda y se desvió hacia su mejilla como en cámara lenta. Me imaginé deteniéndola con mi boca.

¿Tienes algo?

Sí, contesté, volviendo a mi cuerpo. Disculpa.                      Abrí mi morral y extraje mi única galleta de chocolate. Era larga, pero no me atreví a picarla y se la ofrecí completa.   Mientras rompía el envoltorio con sus dientes detallé sus manos. Sus uñas eran perfectas e inusualmente cortas, apenas sobrepasaban las puntas de sus dedos. Atacó la golosina con mordisquitos mientras su mirada fija en el horizonte apenas se interrumpía por alguna bajada de párpados. Verla tan extasiada me compensó que no mostrara la menor intención de ofrecerme y, además, me permitió examinarla detenidamente a mis anchas. Parecía de otro mundo. No llevaba zarcillos, ni siquiera tenía los agujeros. Sus pechos eran grandes y menos bronceados que el resto del cuerpo. Parecían conos que terminaban en grandes y rosados pezones erectos. Por instinto subí mi mirada a su rostro y vi que estaba sonriendo sin quitar sus ojos del horizonte. Parecía adivinar que la escrutaba y no se perturbaba, o quizá era por el deleite de la galleta. Disimuladamente miré de nuevo y casi no pude resistirme a tocar sus muslos. Era larga de piernas y sus pies eran graciosos, aunque algo grandes para ser mujer. Calculé un número 43. Definitivamente más alta que yo.  Me sentí afortunado, al tiempo que pensaba también, que esta mujer, por su desnudez, podría estar perfectamente loca.

¿De dónde vienes? Pregunté, sin dejar de bucearla.

Con su mano derecha señaló el horizonte.                           Para allá no hay nada, protesté.                                               Volteó a verme y sonrió entre burlona y condescendiente sin dejar de mordisquear la galleta. Su cabellera era con crespos y a medida que se escurría iba perdiendo longitud sobre su espalda. Súbito, estiró el brazo derecho apartando la galleta y batió varias veces la melena enviándome montones de chispitas de agua fría. Lo tomé como un gesto gracioso y me sirvió de pretexto para tocarla en el hombro, ocasionando que su piel se erizara  en el acto. La sentí muy fría y rugosa, pero la excitación fue tan agradable que deslicé mi mano hasta su codo. Entonces me entregó el resto de la galleta y caminó hacia el agua. Sus nalgas impregnadas de arena aceleraron mis latidos. Engullí el pedazo de galleta y detrás de ella me metí hasta las rodillas en el agua y al tomarla por el brazo ella se detuvo.

.-No te mojes más, estás muy fría.

.-El agua es fría, respondió. Debo irme.

  ¿Hice algo que te molestara?                                                           .-No.                                                                                                  .- ¿Y tus ropas?

 .- En el agua no las necesito.

Me coloqué entre ella y el horizonte y tomándola por la cintura la miré con ansiedad. Por favor, dime cuando vuelvo a verte.                                                                                          Me miró con ternura y tomó mi cara entre sus manos, acercándose tanto que la dureza de sus pezones hizo que comenzara a erizarme yo, desde el cuello hacia abajo.

¿Quieres venir conmigo?......

Pasaron como tres o cuatro segundos en que me quedé inmóvil mientras mi mente se agitaba como tormenta en alta mar sin poder articular palabra aunque fuera para preguntar adónde. Cuando me rodeaba para irse volví a tomarla por el brazo y le supliqué. Por favor, aunque sea una vez más, una tarde como hoy……..

Se devolvió. Me sujetó por las orejas y su boca me regaló un beso fugaz con sabor a mar.                                                     Me oriné.

Cuando reaccioné, ya me había dado la espalda y estaba arrojándose al agua. Nadó unos metros y volteó para saludarme con el movimiento de su manita. No te mees en el agua, gritó. Sonrió pícaramente y luego avanzó con resolución. Lo último que vi fueron sus nalgas de cara al cielo cuando se sumergía.

Mi vista no descuidó el agua hasta que cayeron las sombras y me percaté que sentía mis pies como más grandes de tanto tiempo mojados, entonces volví a la arena y se me anegaron los ojos. Reconocí que tuve miedo y que ella así lo percibió. Pero… ¿De dónde vino? , ¿Quién es?

La próxima vez no la dejo ir, prometí. Si es que hay una próxima vez.

Mientras recogía a tientas mis pertenencias de la arena, con nostalgia acaricié el sitio donde estuvo sentada y tropecé con mi mano un pedacito de algo muy anaranjado como concha de mandarina.                                                               Era un coral.      

 

 

 

 

II

 

Creo que por instinto, lo olí.                                                     Olía a hembra.                                                                              Mi pulso y mis pensamientos se aceleraron. Recordé que su vulva pareció hablarme cuando salió del agua.

Esa noche las horas parecían lentas. Mi mente frenética repasaba lo que había vivido una y otra vez hasta que finalmente, al alba, me quedé dormido. Cuando desperté horas después, no estaba seguro de dónde estaba ni de la veracidad de lo que había vivido la tarde anterior. Irónicamente, la paz que vine a buscar para dedicarme a mi música se esfumó con la vivencia de esa tarde, y con el transcurrir de los días ya no estaba seguro de nada.

Pocos días después, considerando lo inverosímil del asunto, concluí que pude haber experimentado alguna especie de delirio producto del estrés. Como para dar por cerrado ese episodio mandé engastar el coral en oro para usarlo como un Dije cuando consiguiera una cadena a mi gusto, y a mi alcance.    Por los momentos, lo guardé en mi guitarra.

Dos semanas después, muy temprano en la mañana, fui a despedirme de la soledad de aquel paraíso. De pié en el sitio donde creí tener el delirio me invadió la nostalgia y con ansiedad mi vista comenzó a escrutar la playa como si hubiera perdido allí algo importante.  Sentí necesidad de tocar la arena y puse mis rodillas sobre ella para usar mis manos como rastrillos mientras la ola suavemente subía y mojaba mis botas. No podía creer tanta suerte. Engarzada en mis dedos venía una brillante cadena de eslabones grandes como lentejas. No tenía medallón, pero cada tanto, uniendo dos eslabones, había una plaquita de metal adornada con unas piedrecillas verdes que me parecieron auténticas esmeraldas. La sensación de “esto es demasiado bueno para ser real” se desvaneció cuando escuché aquella lejana voz que parecía tintinear sobre las olas.                                     ¿Es así como la querías?........

Corrí hacia el agua y ella vino a mi encuentro fundiéndonos en un abrazo. Ahora soy yo quien pide que no te vayas, dijo.

 

III

 


.- ¿Qué te hace pensar que me voy?

.-Conozco todos tus pensamientos.

La euforia de tenerla en mis brazos no impidió que esas palabras hicieran en mi mente el efecto de un torbellino que va abriendo puertas. Recordé que la primera vez que la vi me pareció que adivinaba mis pensamientos  libidinosos  mientras miraba su vulva.

Tienes muchas cosas que contarme, dije, y deslicé la cadena sobre su cabeza. Lucía tan espectacularmente bella encima de sus pechos que no tuve dudas que ella fuera su legítima dueña.                                                                                             Es para tu Dije, insistió.                                                         Atraje su cuerpo hacia mí y me deleité con un largo beso que ella respondió. El erotismo del momento hizo que me diera cuenta que el agua estaba por encima de mis rodillas  y enlazándola por la cintura la conduje fuera del mar hasta donde estaba mi rústico. Con las vaqueras drenando agua, torpemente extraje de mi morral una toalla grande para envolver mi delirio viviente y la invité a sentarse dentro del jeep. Me saqué las botas y  después de escurrirlas junto con las medias, las dejé en la parte trasera mientras ella me seguía con la mirada. Me acerqué hasta donde estaba y tomé sus manos entre las mías mientras discernía si era prudente regresar con ella a la cabaña. No tengas miedo, dijo, y me miró a los ojos.                                                        Besé sus manos, me aseguré que sus pies y sus largos cabellos estuvieran dentro del vehículo y cerré la puerta. Encendí el motor y me alejé de la playa sintiendo que estaba inmerso en un dulce sueño del que no quería despertar. Entre la solitaria casita y la playa acaso habría 900 metros que recorrimos en absoluto silencio. Una vez dentro de la propiedad, cuando la invité a descender del rústico, acarició el volante, el tablero y la palanca. Nunca había hecho esto, comentó. Luego se abrazó a mi cuello y la ayudé a bajar. Tenerla en mis brazos y no intentar besarla habría sido algo de lo que me arrepentiría después, por lo tanto rocé sus labios con mi boca y ella sonrió, entonces le prodigué docenas de besos.

Satisfecho de su correspondencia la tomé de la mano y la llevé hasta la parte trasera de la casa donde disponía de duchas que nos permitían entrar a la casa libre de arena. Tú primero, dije, mientras procedía a deshacerme de la ropa mojada, pero ella tomó asiento y paseaba su vista por el entorno. Descuida, esta zona es privada, no hay vecinos, solamente tú y yo, dije para tranquilizarla, mientras sacaba toallas limpias del minicloset. Ella se limitó a sonreír.    Cuando vio correr el agua de la ducha se deshizo de la toalla marrón que la cubría y se juntó conmigo bajo el chorro en un estallido de risa.  Su cabellera lavé con abundante champú con olor a esencia de coco, lo que pareció disfrutar enormemente. Su cuerpo lo enjaboné todo delicadamente con una pastilla olor a limón y ella se dejó hacer. El cuidado de sus pies y manos me hizo presumir que era una niña rica. Su espalda en algunas partes lucía un suavísimo y menudo vello negro que destacaba más con el agua que resbalaba por su piel, trastornándome. Para desvanecer los pensamientos que se atropellaban en mi mente mientras la enjabonaba, pregunté:                                                                     ¿Cómo debo llamarte?

Cordelia.

 

IV

 

Cerré la llave y la atraje hacia mí. Sus ojos húmedos acentuaban su aire inocente. Tu nombre ya lo sé, me dijo. Sé todo sobre ti.                                                                           ¿Y cómo puedes saber todo sobre mí si apenas estamos comenzando a conocernos?                                                        .-No lo sé…., pero es así.                                                  Veamos, ¿A qué me dedico?                                                        .- A la música.                                                                                Esa estuvo fácil. Pudiste ver mis instrumentos en el jeep. Contesta ésta: ¿Por qué vine a esta playa?                     Porque yo te llamé.                                                                      Le estampé un beso y procedí a secarla cuidadosamente, envolviéndola después en la toalla. Luego de atenderme yo mismo y secarnos los pies tomé las llaves y entramos en la casa. De la mano la llevé hasta la habitación y ella con toda naturalidad se sentó en la cama como si la conociera. Mañana es tu cumpleaños, dijo, por eso te ibas. Por cierto, no te vi el coral.                                                                              Me estremecí.                                                                             Pensé que tenía que poner las botas al sol y lavar las medias, también bajar mi equipaje y los instrumentos para protegerlos del calor y la humedad, pero cómo carajos podía ella saber de mi cumpleaños y cómo carajos podía yo estar pensando en las botas en este momento?                                                                             Activé el acondicionador de aire con la intención de detener mis pensamientos y entonces ella dijo:       Puedo ayudarte.

 

 

 

 

V

 

No quiero que se dañen tus botas. Sé lo mucho que te importan. El coral lo traje donde tú crees. No tenía otra manera y tuve que improvisar.                                                

Me asustas.                                                                                        Lo sé. Confía en mí.

¿Quién eres?                                                                                Soy tu mayor anhelo.                                                                 

Se puso de pié y haciendo un giro se deshizo de la toalla y me la entregó. Mientras se deslizaba debajo de la sábana dejé las toallas y luego me acomodé a su lado. Necesitas descansar tu mente, dijo. Se recostó de mi pecho y me arrulló con una dulce melodía que me parecía familiar, pero que no pude reconocer. Literalmente, me adormeció.

Me desperté después del mediodía y enseguida noté su ausencia. En el cuarto estaban mi morral y mis instrumentos. Salté de la cama y desnudo salí al patio y vi mis botas al sol y mis medias. También las toallas. Fui hasta el carro. Nada. Soledad total.

Nojoda, lo soñé.                                                                        Dios, ¿Qué me está pasando?                                                   De pronto, comencé a escuchar su dulce melodía.                 El amor es azul, el amor es azul, exclamé. Como cuando un rayo de luz ilumina nuestra mente, así me vino ese nombre. El amor es azul.                                                                            Mi oído me guió hasta el otro lado de la casa. Allí estaba ella vestida con mi ropa y descalza cocinando algo en el fogón.          

¡Cordelia!                                                                                     Me miró sobresaltada, seguramente porque mi voz tenía tono de reclamo. De todas maneras sonrió, creo que por mi desnudez, y pidió disculpas por atreverse a usar mi ropa. Es que salí a buscar algas para la sopa y sé que no te gusta que ande desnuda.                                                                             Ese detalle me enterneció. Cambié mi expresión a sonrisa y exterioricé mi alegría de verla. Acerqué mi pecho a su espalda y rodeando su cintura la besé suavemente en el cuello varias veces. Había recogido su cabello usando un peine de dientes grandes como peineta y su largo cuello era una tentación irresistible. Descubrí que llevaba la cadena con el Dije de coral. Yo también te amo, me dijo.                   Caí en cuenta que no había adivinado mis pensamientos y pensé decírselo.                                                                     Quería ver tu reacción al no encontrarme, contestó, como si yo hubiera hablado en voz alta. Sin salir de mis brazos se dio vuelta y me dijo: Tu mente habla dentro de mi cabeza. Puso sus brazos alrededor de mi cuello y me besó.

Luego me invitó a vestirme para comer.                                                 

 

VI

 

Guao.                                                                                                           Sabe riquísimo. Como a mariscos. Dime qué le pusiste.                Algas de mar.                                                                                          ¿Sólo eso?                                                                                                     Solo eso.                                                                                                        Y ¿Cómo supiste dónde encontrarlas?                                                    Se te olvida que vengo del mar.                                                        Cordelia, es que no sé nada de ti.                                                             Sí sabes. Pero aún no quieres aceptarlo.                                                                                                     ¿Aceptar qué? Dije.                                                                                       Quién soy.                                                                                                 Que soy una loca, no.                                                                                       Lo que te dice tu corazón y te parece irreal.                                Mientras ella hablaba yo miraba su boca extasiado.                                                           Cordelia, no juegues conmigo.                                                                       No vine a jugar contigo. Vine a despertarte para ser tu esposa.          La miré a los ojos y me perdí en sus pestañas. Eran largas, casi tanto como las postizas. Me sostuvo la mirada y me pareció que su tono verde era aún más lindo. Sentí que me sumergía en sus pupilas y en su mundo. Creí entender algo y no sabía qué. Regresé de sus ojos a mi asiento con la sensación de que las algas me habían hecho algún efecto alucinador.                                                                                     No es la sopa, dijo Cordelia.                                                                    ¿Sabes Cordelia? No debes casarte conmigo. Eres extraordinariamente hermosa y fácilmente estoy enamorándome de ti. Pero no te convengo. Vine a este lugar buscando tranquilizar mi mente. Algo me sucede y creo que he tenido delirios. Siento confusión. Ni siquiera estoy seguro de que seas real.                            

Lo sé Homero.                                                                                                  Es parte de tu despertar. No temas, estás sano. Sucede que estás abriéndote a una interpretación más amplia de la verdad, y eso conmociona porque se rompen tus viejos esquemas. Pronto estarás afianzado en tu nueva realidad, y no solamente aceptarás quien soy, sino también descubrirás quién eres.                                                                          Cordelia, Cordelia.                                                                               Hablas como profesora.                                                                                          Me levanté de la mesa y recogí los platos con aire incrédulo.                                                                             Suelta la pregunta que te inquieta, dijo ella.                                                            Está bien. ¿Por qué andas desnuda? ¿Eres mujer de mundo?                      No.                                                                                                                 No soy mujer de mundo. Soy virgen.  Ando desnuda porque de dónde vengo no se usan ropas.                                                                                              O sea….., vienes de un club nudista.                                                          No……se sonrió suavemente y me miró con ternura.                                                                                                                   Vengo del mar.                                                                                                   Eres sirena.                                                                                                     Bingo.

 

VII

 

Eres sirena y quieres casarte conmigo.                                                  Fui elegida para ser tu esposa.                                                                                Y ¿por qué no te buscaste un sireno?

Tú eres un sireno. Pronto lo descubrirás.

Hablaba a media voz con suavidad, como solo para nosotros, pero con convicción. Terminé de ordenar la cocina con ella al lado, apoyándome.                                                        Quiero mojar mi piel, sumergirme un rato, dijo, como pidiendo mi permiso. La miré cara a cara tratando de adivinar sus pensamientos. Un fogonazo de malicia llegó a mi mente.                                                                                    Podemos sumergirnos en la bañera, sugerí.                                         Me tomó las manos y me dio un beso en cada una.           Escucha Homero, estoy destinada para ti, pero hasta después de la ceremonia no puedo ser tu mujer. Por favor, no me consideres frívola. Nuestra boda es algo muy importante.                                                                                     No pude disimular mi contrariedad y dije con sarcasmo: Disculpa, se me olvidaba que no eres humana!                 Claro que soy humana, pariente del delfín, pero todos venimos de allí.                                                                           Me pareció ver que sus ojos se ponían más verdes, pero era efecto de las lágrimas y rompió a sollozar con espasmos. Sentí pena por ella y enojo conmigo por la ligereza de mi lengua y la abracé. Lloró y lloró. Besé sus ojos y aquellas lágrimas me supieron a mar.                                        Perdóname, perdóname, dije varias veces, recriminándome por no saber si era realmente una sirena. Y también recriminándome por recriminarme, pues también podía ser alguna loca. Entonces me recriminé por dejarme llevar por su extraordinaria belleza siendo que nada de esto era cuerdo. Caí en cuenta que mi instinto animal estaba como alelado, como león apaciguado por un encantamiento, y entonces no supe si pedirle que se fuera o esforzarme por entender lo que no tenía lógica. Era un hecho que disfruté bañarla y mimarla, pero aunque hubo un sentimiento erótico no tuve ninguna intención deshonesta. Fue más un placer de cariño, como si estuviera bañando a mi esposa. Realmente no sé por qué sucedían así las cosas. Sentía algo muy especial por ella, como si la estuviera queriendo desde toda mi vida, como si estuviera consciente de que éramos familia, pero ¿quién no iba a querer a una mujer tan preciosa? Decidí prestarle atención y ser delicado con ella. Sí, lo sé, no era lo más juicioso, pero con tanta belleza junta metida ya en mi vida qué otra cosa podía hacer. No creo en sirenas, por supuesto, pero quizá ella podría darme una explicación y por otra parte, tampoco quería separarme de un ser tan hermoso. Decidí apostar a ella.

 

 

VIII

 

Esa noche disfruté su compañía.

 Juntos en la hamaca, pegados uno con el otro, estuvimos habla que habla. Me contó de su mundo y como era su vida. La oí como quien oye un cuento de hadas, sin interrumpir ni hacer tantas preguntas. No vivía en el mar como dicen las leyendas, no era mitad pez y mitad mujer. Sin embargo, el lugar donde vivía era accesible solamente por el océano y era imprescindible vibrar en una frecuencia de onda de luz muy particular para poder entrar. No usaban dinero y disponían de todo lo que podían necesitar para una vida plena. Existían jerarquías y líneas de conducta, pero todos se conducían con el amor como filosofía de vida. Su telepatía funcionaba conmigo porque yo era su destino. Dentro del mar se dejaban ver solamente por quien elegían, y si era necesario se mimetizaban como un pez o simplemente se desvanecían sin dejar rastro. Eran parientes del delfín y tenían alta afinidad con esa especie. Algunos seres humanos eran elegibles para reproducirse con ellos. No eran precisamente descendientes de los Atlantes, pero tuvieron bastante que ver con esa civilización.

Le conté que yo no era rico, que vivía a plenitud para la música, pero no de ella. Que justamente había venido a este lugar buscando esclarecer mi mente, buscando inspiración para lograr que la música me financiara. Que si ella no sabía lo que era vivir con estrechez no soportaría la responsabilidad de fundar una familia conmigo.                    El mar está lleno de recursos, me dijo. No necesitamos ejercer un empleo convencional. Cuando aprendas a sumergirte conmigo verás que del mar podemos vivir en plenitud, simplemente administrando moderadamente la abundancia que esa fuente nos brinda. La música podrá seguir siendo tu pasión, nuestra pasión, sin depender económicamente de ella. La cadena que te regalé para tu Dije la tomé de tantas bellezas que se encuentran en el  fondo marino. Existe un área que es exclusivamente para nosotros dos. 

Comenzó a cantar suavemente, tan quedo que el sonido parecía provenir lejos de ella. Su melodía era cadenciosa y me sentí como si yo fuera su bebé. No supe cuándo me quedé profundamente dormido.

 

FIN

 

 

Seu

 

San Diego, 10 de febrero de 2022.

 


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